Ladrones de cobre

Ladrones de cobre

Aquella tarde habíamos bebido bastante, Parker había trasegado por lo menos seis o siete cubatas, pero había comido sus callos y sus  garbanzos y su ración de crema de helado que  se había distribuido por sus 130 quilos corporales. Estaba eufórico y por eso decidió que saliéramos antes. A las doce y media ya estábamos todos metidos en la furgoneta, apretujados y oliendo a podrido fecal. Parker se gozaba en sus cuescos. Era un cerdo.

Conducía Acher, despacio, lentamente, porque iba completamente borracho, aunque se hacía el sobrio y callaba. Parker le dijo: “Bájate y mira la presión de las ruedas”. En cuanto Acher se bajó en la gasolinera y enchufó el manómetro Parker arrancó la “furgo” bruscamente y salimos brincando como potros.   Le dejó tirado en tierra con la goma estiradísima en las manos. Le gritó: “Mamón, vete a casa a dormirla.” Y después, dirigiéndose al gallinero, o sea a todos nosotros, nos dijo: “el que esté borracho que se baje ahora, no quiero tener que tirarlo del tejado al río”.

No fue un trabajo difícil, no de los más difíciles, aunque hubo sus más y sus menos porque como ya he dicho menos Parker todos estábamos bastante bebidos. Safid trepó el muro de la ermita y se encaramó al tejado. Estuvo a punto de caerse al salvar el alero, porque no controlaba bien su equilibrio como en otros golpes. Finalmente se aseguró con la cuerda y nos tiró un cabo para  los que teníamos que subir a cortar las bridas que sujetaban las bajantes. Eran todas de cobre, buen cobre. Ocho tubos desde el tejado al suelo y el canalón que lo bordeaba. Eran por los menos cien metros de tubos. Apañamos el material y Parker lo fue troceando con la cizalla antes de echar los cachos al contenedor, dentro de la furgo. En menos de 15 minutos estuvo liquidado el trabajo. Eran menos de las 2 y por la carretera no circulaba un alma. Nadie pudo vernos,trabajábamos con luz frontal solo hasta situarnos cada uno en nuestro puesto, luego nos manejábamos a obscuras.

Parker mandó a Marion que condujera de vuelta. Marion Silver era un chico muy callado, muy profesional. Había trabajado en la construcción y sabía muy bien cómo y por donde se metía cobre en una obra. Era buen chófer, e iba a lo suyo, atento. Fue el primero en ver, a lo lejos, a los guardias, la Guardia Civil de Tráfico. Control de alcoholemia, pensó.

- La poli,  ¿qué hago?

- ¿Cuántos guardias hay?

- Veo a dos, nos indican que  orillemos la furgo.

- Pégala al pretil,  lo más cerca del río, los vamos a mojar.

- ¿Cómo?  Que van armados, no te pases.

- A mi no me trincan, -dijo Parker-.  Ese que viene tan chulito por el arcén, va a ir al río, y  tú, al que te pida los papeles, rodillazo a los huevos, y lo tiras por el pretil, que se moje también.

El Iregua cantaba en las piedras una música muy alegre y  jaranera, bajaba con mucho brío y agüita  fresca  del deshielo. El  río allí se arrima a la carretera todo lo que le deja el desfiladero. Por eso el primer guardia dijo ¡ay!, enseguida  “plash”  y luego nada. Al otro guardia el impacto en toda la hombría le provocó desgarrón con grito, y la correspondiente genuflexión. Con las manos en el sitio del dolor supremo Parker le cogió del pelo y del cinturón y lo condujo también al terraplén

- Ahora te vas a ir a buscar a tu amigo. ¡A nadaaar! --Parker era mucho Parker.

No contábamos con el coche patrulla, pero nuestro jefe estaba en modo resolutivo, se montó en el vehículo policial quitó la marcha y el freno y nos dijo: “Empujando que es gerundio”, y en un pis-pas mandamos el coche al río.

- Que se monten los guardias en marcha.

La entrada en la lonja de Cascajos fue gloriosa. Sacamos una botella y en la báscula pesamos 767 kilos de cobre rojo  sin vaina. Unos profesionales.

Parker tenía el alma henchida de generosidad y sin recordar las aguas que embalsamaban los cuerpos de los picoletos, dijo: “Llamad a Lorena y Soraya, y les echáis un polvo, si queréis. Por mi cuenta.”

Estábamos en ello y llamaron al portón de la lonja a lo salvaje, no nos dieron tiempo a reaccionar. Eran ellos: la ley armada. Los dirigía un tipo enclenque, demudada la cara y con un gesto de mala leche estremecedor.   Se identificó como  guardia civil mojado y nos dijo: “Váis a saber lo que es pasar frío”.

Los hechos que narro en este capitulo de “La Mala Vida”, son inventados, pero la moderna afición por robar este metal, fiel conductor de la electricidad, del gas o de las aguas fecales me justifica.

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