Boa constrictor

Boa constrictor

TEXTO: LUIS SÁENZ GAMARRA

Logroño, 12 de noviembre de 2010

Un hombre se encuentra una boa junto a un contenedor cuando iba a tirar la basura

--Para empezar es hembra, y para continuar está aletargada—le contestó Gerardo mirando extasiado a la boa.

--Pero es que no hace nada, nada de nada, lleva en la bañera dos días en la misma posturita.

--Que ya te he dicho que se aletarga, que es lo normal en las boas.

--Pues me dan ganas de darle al agua incandescente, que para eso tenemos SPA, y a ver si se espabila la boa. Menuda sosada de bicho.

--Sí, sí, tu ríete, ya verás cuando le eche de comer una víctima viva.

Gerardo empezó por los lepóridos: conejito blanco-conejaza negra, dos alternativas para complacer al ofidio.

--A ver ahora qué pasa, a ver si no me dejas mal, Nefertiti,—le dijo a la boa, que tenía ese nombre, Nefertiti, o Titi a secas — y le puso el conejito blanco en un rincón. El roedor tenía un estrés que daba lástima verlo, un tembleque de muerte, se olía la emboscada y estaba a punto de darle un paro cardiaco. “Titi” de momento ni se movió.

--Es que son muy zorritas, las constrictoras, cuando menos lo esperemos se tira a por el conejo con ferocidad sin piedad, se le enrosca y luego, hale, a apretar.

La pareja de Gerardo, de nombre Inés, no mostraba el mismo entusiasmo por ese tipo de mascota y seguía en plan negativo:

--Pues yo no la veo en disposición de desayunarse al conejo, Gerardo, no es por desanimarte, la veo más bien postrada.

--Inés, te pongas como te pongas, este animal es una encarnación viva de la belleza, de la mesura, del acecho y de la maldad.

--Si bonita sí que es. A mí también me gusta, pero es que es sosa como ella sola.

--Ahora, ahora ha abierto un párpado.

El conejito con las orejas muy tiesas no perdía ojo a la serpiente, no obstante como llevaban ya tres horas juntos había tomado sus medidas, lo primero hacer sus cagarrutas en todo lo más cerca de la nariz del bicho, después, estarse quieto como una piedra.

Pasaron los días, pasaron las semanas, el animal ofidio de la selva no respondía a los estímulos caseros que el bueno de Gerardo le suministraba: calor selvático de calefacción, humidificador ambiental, frío patagónico, agua a manta: templada, caliente o fría; ventilación con aire caliente, con aire gélido, olores varios: En un arrebato de impaciencia fumigó a la pobre serpiente con desodorante Axel. Y nada de nada, ni un meneo, parecía muerta en vida.

Una dulce noche de sábado aquel hombre y aquella mujer se acoplaron y de resultas del coito la hembra quedó completamente preñada. La boa Nefertiti no opinó sobre el embarazo pero flotaba en el ambiente familiar que aquel animal tan inofensivo tenía sus días contados, exactamente nueve meses de acogimiento familiar antes de irse a tomar viento. Gerardo tomó sus precauciones, y no permitía a su esposa acercarse al ofidio amazónico. Hasta ahí bien. Pero la situación se precipitó cuando la mamá de Inés hizo acto de presencia en la casa y descubrió aterrada al culebrón en la bañera.

El embrollo se resolvió en un abrir y cerrar de puerta. “Por mi madre que no duermo una noche más con esta bicha en casa”, dijo, y Gerardo comprendió; rebuscó una gran cesta en el trastero y con esfuerzo y congoja colocó a su fiel Nefertiti en la puñetera calle de la Duquesa de la Victoria, doña Jacinta, al albur de los fríos otoñales y con muchas probabilidades de que la boa constrictora acabara en la máquina trituradora del camión de la basura. El recipiente estaba cerrado con un plástico transparente que permitía ver su interior. La serpiente estaba aletargada como que con ella no iba el traslado, pero la boa notó el fresco callejero en su piel y se rebulló en la cesta: treinta quilos de selva meneándose en la acera llamaron la atención enseguida a un conspicuo caballero que acudía con su basura a cuestas al contenedor correspondiente. El caballero observó la cesta automóvil y avisó a un transeúnte, y después varios vecinos opinaron que el cesto tenía habitante: la serpiente gorda, larga y enroscada. Unos niños alarmaron a los policías locales que decidieron recoger al animalito y llevarlo a Varea, a La Fombera, donde le ofrecieron alojamiento y comida gratis en el benemérito Centro de Recuperación de la Fauna Silvestre. Hoy es el día que la boa no se explica qué santo pintaba ella allí.

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