Muere un hombre en un club de alterne de Cenicero

Muere un hombre en un club de alterne de Cenicero

TEXTO: LUIS SÁENZ GAMARRA

LOGROÑO, NOVIEMBRE 2001

Don Alfredo tenía el aspecto de un hombre maduro, aseado y rico. Yo ejercía de empleado de toda la vida en su empresa, y por eso me invitó a echar una discreta cana al aire, o sea, a celebrar su cumpleaños con un polvo. Era mi primera vez con una profesional y acepté.

“A Cenicero nos vamos que hay un puticlub fetén, verás qué chavalas, todas desengañadas del comunismo”, me dijo, o sea que eran del Este de Europa. Las conocía a todas. Le trataban con confianza, como si fuera de la familia: “Alfredo que el fin de semana nos fallaste”, “Qué corbata tan bonita trajiste esta noche, Alfredo”, “Alfredo preséntanos a tu amigo”. Y él, me las presentaba con calificativos que remarcaban sus virtudes: “Aquí Irina, alta y blanca; ésta es Nicoleta, morenaza y experta; y luego te presento a Danila, verás qué mujer…”, Don Alfredo me enseñó el inmueble como un afable inmobiliario. “El sitio es discreto, y limpio. A mí en estos lugares la pulcritud es lo primero”.

Al rato llegó al club la esperada Danila, de altura infinita, tacones infinitos, piernas infinitas y un larguísimo abrigo negro de cuero que se quitó para descubrir el resto de los infinitos de su cuerpo.

Enseguida Danila tomó del bracete a don Alfredo y se lo llevó al placer: “Ven caguiño mío”, dijo.

“El sitio es discreto, y limpio. A mí en estos lugares la pulcritud es lo primero”

A don Alfredo le temblaban los labios y subió con la tal Danila a una habitación reservada para desarrollar con Danila el guión que en esa alcoba se solía desarrollar. Pero don Alfredo Salinas Prat, empresario curtido en mil negocios, notó un flechazo en la jaula torácica, donde siempre había cantado con ritmo acompasado el pájaro de su corazón. Y bien por la impresión del roce con la hembra, o por la emoción exagerada de la euforia precoital, don Alfredo sufrió un infarto agudo de miocardio que le condujo al estado preagónico: Danila gritó: “Muegue, se muegue”. A su cliente se le cambió el color, barbotó ¡oh, oh¡ y en dos espasmos se cayó de la cama al suelo, volvió los ojos y dejó de respirar. Un auténtico “coitus interruptus” en sentido vital. La chica salió del cuarto espantada. Solo alcanzaba a decir “muegto, está muegto”, mientras se cubría con el abrigo sus curvas más sensuales.

Yo no entendía nada, no sabía donde meterme, estaba horrorizado, la farra se me caía encima. Subí al reservado, pobre don Alfredo, allí estaba mirando al techo. Olía a jabón de gel y menta.

Lo ocurrido lo contaron los periódicos, el Diario LA RIOJA decía:

“Los hechos se produjeron en la noche del viernes al sábado en una de las habitaciones del establecimiento que se ubica a la altura del kilómetro 432 de la carretera N-232.Una persona se sintió entonces indispuesta, por lo cual acudió al lugar una UVI móvil, cuyo personal intentó reanimarla, no pudiendo hacer nada por salvar su vida. Acto seguido, la autoridad judicial llegó al lugar para ordenar el levantamiento del cadáver y su traslado al tanatorio”. LOGROÑO 04/11/2001

Don Alfredo no tuvo que dar explicaciones, y yo, testigo de cargo y cómplice moral, tuve que confesarlo todo, con arrepentimiento, dolor de corazón y penitencia incluida.

Trece años después, algunas noches, cuando me asalta el insomnio en el honorable lecho conyugal, recuerdo a Danila descubriéndose de su abrigo de cuero…

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