Robo Arenzana de Abajo

«¡Mátalos, tírales a la cabeza!»

TEXTO: LUIS SÁENZ GAMARRA

ARENZANA DE ABAJO, 5 DE FEBRERO DE 1981

Los atracadores se comportaron como cuatreros de Arizona. En primer lugar cortaron los hilos del teléfono, luego, escopetas en mano, amedrentaron a los vecinos por el  procedimiento de disparar a todo lo que se menea, y en la huida se adornaron con tiros y gritos salvajes, montaron en sus carros, por cierto también robados, y emprendieron la huida con una euforia desproporcionada al botín que consiguieron: 300.000 pelas. En Arenzana de Abajo, cuando pudieron expresar su opinión a los reporteros, los lugareños gritaban: «¡Qué noche, esto era el Oeste de las películas!».

Los hechos ocurrieron pasadas las cuatro de la madrugada en el pueblo de Arenzana de Abajo, en el que reinaba un silencio de sepulcro envuelto en una oscuridad de tumba. A esa hora tan sosegada fue cuando se presentaron los forajidos de leyenda, que eran jóvenes y dispuestos a todo. De aperitivo guiaron sus coches a las instalaciones de Bodegas Francisco García, destrozaron las cerraduras al más puro estilo vándalo, apoderándose de las herramientas que precisaban para el ulterior atraco.

A medianoche un grupo de delincuentes asaltan la caja de ahorros y disparan contra los vecinos

Al grito de «¡qué bestias somos!» llegaron a las puertas de la oficina de la caja de ahorros, que es donde sabían que estaba la pasta gansa. Provistos de pico, puntero y un hacha de dos manos derriban a hachazos la puerta de la Caja Provincial de Ahorros. En éste su propósito organizan un ruido de mil demonios que despierta a medio pueblo: no les importa, ellos trabajan al modo primitivo y saben que todas las viviendas tienen cortado el teléfono, y además les van a meter el terror en el cuerpo con unos cuantos tiros.

Los atracadores se han distribuido estratégicamente por las bocacalles que dan a la plaza, y cuando la escandalosa alarma de la caja de ahorros se dispara ellos se animan a disparar también, las detonaciones retumban en las calles de Arenzana proporcionando un ambiente peliculero muy original. Las armas escupen fuego, y los lugareños que se asoman a la ventana deciden echar cuerpo a tierra ante el riesgo cierto de que una bala coincida con su cabeza. A una vecina que se asomó muy naturalmente a fisgar le descerrajaron un tiro muy cerca del marco de su ventana.

Sin línea telefónica

Germán Domingo Torres era el encargado de la caja, y dormía en el piso inmediatamente superior al que estaba la oficina y también la deseada caja fuerte, escuchó los ruidos, y su padre, que vivía con él, afirmaba: «Oímos los ruidos, incluso la alarma, que sonó un rato hasta que la desconectaron. Nuestra primera intención fue llamar a la Guardia Civil por teléfono, pero se ve que habían cortado la línea. Oímos tiros y también cómo gritaban juramentos y cómo decían, cuando alguien se asomaba a las ventanas: «¡Mátalo, dale en la cabeza!».

Los forajidos de leyenda aterraron a los vecinos del indefenso pueblo, pero no a todos, siempre hay algún valiente, algún trasnochador: Ricardo Marín, de 47 años, de profesión labrador, había madrugado para acudir a sus labores agrícolas, había madrugado mucho, un madrugón auténtico; su mujer ya se lo decía: «Ricardo, madrugas demasiado », y efectivamente, los atracadores, apenas vieron a esa sombra furtiva deslizarse por la calleja, le metieron un tiro de postas en las piernas sin darle el alto ni preguntarle el santo y seña. Ricardo Martín se desplomó, y empezó a manar sangre por los descosidos que le acababan de hacer en sus piernas. Muy luego fue trasladado a la Residencia Sanitaria, en Logroño, a donde llegó estupefacto y herido leve en los muslos.

«Estaban apostados en las esquinas, y desde ellas disparaban. La distancia le ha salvado a Ricardo, si llega a estar más cerca le hubieran alcanzado en la cabeza o en el vientre. Las postas, por su peso, perdieron fuerza y altura con la distancia, eso le ha salvado», afirmaba categórico un vecino y cazador experto. (Estos testigos, cazadores empedernidos, son una joya para el periodista, con sus conocimientos del cartucho y las postas.)

Una vez con el botín en sus alforjas, los atracadores montaron en sus estruendosos vehículos, pero antes se aplicaron en rajar los neumáticos de los coches aparcados en la calle: el de la médica, el del mecánico del pueblo... Con estas previsiones dieron rienda suelta a su contento pegando tiros al aire y dando voces. Un anciano testigo de la francachela decía a los periodistas: «Lo que hay que ver… y lo que veremos aún».

El asalto puso a Arenzana a la altura del Chicago peliculero, modélica ciudad por su ejemplar y afamada delincuencia.

Asalto al pueblo de Arenzana de Abajo

Testimonio de lo ocurrido en la noche del 4 de febrero de 1981: «A las cuatro y media de
la madrugada cinco hombres armados penetraron en la Caja Provincial de Ahorros. Antes habían cortado los hilos del teléfono, de modo que no pudimos avisar a la Guardia Civil. Se comportaron como unos verdaderos salvajes y pudieron matar a varios vecinos.

A Ricardo le metieron postas en las piernas como se las podían haber metido en la cabeza, lo que digo, unas bestias. Cuando marcharon, como despedida, se liaron a tiros sin apuntar, al aire o a las casas. Antes de salir a todo escape rajaron las ruedas de varios vehículos, uno de ellos era de la médica. Supongo que para que no les pudiéramos seguir, aunque ganas de persecuciones no teníamos en el vecindario».

Aquella delincuencia imitaba a forajidos de las películas americanas y revivía con ferocidad los tiroteos grabados en su imaginación.

En contraste, los sencillos vecinos de Arenzana, fisgan medrosos tras los visillos y comprueban la impunidad de unos ladrones que les provocan con su escándalo. Gritos y tiros quiebran las rutinas del campesino madrugador, de la médica moderna con vehículo a motor, y de las amas de casa con peluquería de rulos y horquillas en la cabeza.

Ilustración

MANUEL ROMERO

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