El crimen del cura Valdecantos

El crimen del cura de Valdecantos

TEXTO: LUIS SÁENZ GAMARRA

TORRE EN CAMEROS, 1 DE SEPTIEMBRE 1902

El crimen del cura Valdecantos es uno de los más famosos de los ocurridos a principios del siglo XX. Durante el mes de febrero de 1903, en nuestro periódico se narraban los hechos tal y como se declararon en el juicio. «El fiscal, en su escrito de conclusiones provisionales, solicita la pena de muerte para don Victoriano Valdecantos diciendo que el procesado observaba en Torre en Cameros conducta poco en armonía con el sagrado ministerio de que estaba revestido, produciendo escándalos entre sus feligreses». Añade el fiscal «que trató de seducir a la joven Cayetana para llevársela de aña de gobierno y propuso se casara con determinado joven, a lo que se opusieron la muchacha y su madre, Juliana Martínez, con cuyo motivo se indignó el procesado, abrigando en su mente la siniestra idea de matar a la chica, a cuyo efecto, y habiendo tenido noticias de que Cayetana iba el día de autos a San Román de Cameros, para regresar por la tarde, se armó de un revólver y una navaja de afeitar y se dirigió seguidamente a la dehesa de San Román, poblado de árboles y maleza, donde se ocultó para que nadie se apercibiera de su presencia. Allí ató la navaja con un pañuelo para que no se cerrara al hacer uso de ella, y esperó a la llegada de Cayetana tranquilamente, abrigando en su pecho la idea de venganza.

Por la tarde, cuando llegó la víctima montada en una caballería, le salió al encuentro sonriente, con objeto de tranquilizar a la muchacha, y diciéndole que se bajara, pues tenía que hablar con ella a solas, y cuando apenas habían dado pocos pasos, se abalanzó airado sobre ella, asestándole con la navaja un golpe en el cuello, al propio tiempo que le decía: ‘Ahora vas a pagar todas sus ingratitudes y engaños’. La muchacha, aterrorizada, y obedeciendo a su natural instinto de conservación, trató de apoderarse del arma, pero inútilmente, porque Valdecantos, dando fuerte estirón se desasió de la víctima y continuó asestándole golpes en el cuello, produciéndole varias lesiones, una de ellas de catorce centímetros que seccionó las partes blandas y la yugular izquierda, la carótida, la tráquea y el esófago, llegando hasta la tercera vértebra cervical, que le causó la muerte instantánea. Ya cadáver, la dejó tendida en el suelo y regresó al pueblo, a su casa, donde mudó de ropas, quemó las que se había manchado con la sangre de la víctima y al siguiente día celebró misa como de ordinario y asistió impasible al levantamiento del cadáver».

«El crimen más horroroso/ que obró persona humana/ cometido por un cura/ a la joven Cayetana…»

«Por su parte la defensa dice que Valdecantos llegó a sentir una arrebatadora pasión por Cayetana, pasión que su madre, Juliana Martínez, fomentaba inclinando el ánimo de su hija hacia el cura, con objeto de explotar sus riquezas. Que después de hacer creer al cura que iba a poseer a Cayetana, rompió las relaciones…»

Declaración del cura Victoriano Valdecantos Comienza declarando el procesado, que viste traje negro, pañuelo del mismo color al cuello y capa. Apenas se nota la tonsura sacerdotal, por haberle crecido el pelo. Tiene 32 años, es natural de Yanguas, de la provincia de Soria, y lleva siete ejerciendo de cura. Estudió con brillantez la carrera en el seminario de Logroño. Hijo de Francisco, ya fallecido, y de Rosalía Ruiz Zorrilla, de 71 años de edad, prima carnal del eminente revolucionario Manuel Ruiz Zorrilla.

De mediana estatura, enjuto de carnes, temperamento nervioso, mirada chispeante y dura, reveladora de grandes pasiones. Se muestra tranquilo aparentemente, pero se le ve una mal reprimida indignación cuando deponen los testigos de cargo.

Declara que sintió por Cayetana Martínez violenta pasión amorosa que no podía aquietar, fomentada por las complacencias de Juliana Martínez, madre de Cayetana, que con deliberado ánimo de explotar su cariño, hacía que su hija se mostrara excesivamente amable con él, llegando muchas veces a besarlo y prodigarle tiernas caricias, sin pasar más adelante.

Que muchas veces, por encargo de su madre, pasaba Cayetana a casa del cura y otras le hacía señales con pañuelos desde el balcón para que pasara don Victoriano.

Que así llegaron, madre e hija, a sacarle muchos regalos y a influir en su ánimo a que despachara de casa a su madre, Rosalía, y hermana, Nicolasa, cosa que consiguieron.

Que más tarde se rompieron las relaciones entre Cayetana y su madre con el cura, llegando a su conocimiento que trataban de casarla con el joven Martín Martínez, con quien Cayetana se había mostrado desenvuelta. Que sintió una terrible tempestad de celos que le impulsó a quitarle la vida.

Terminó diciendo que mató a Cayetana en el ‘Hoyo del Espinar’ de la dehesa de San Román de Cameros, después de una escena violenta.

Tras la declaración del acusado Victoriano Valdecantos, sacerdote, y que reconocía haber matado a Cayetana en el Hoyo del Espinar de la dehesa de San Román declaró Juliana Martínez, madre de la víctima. Viste de luto y cuando es llamada por el Tribunal derrama abundantes lágrimas.

En su declaración demuestra odio reconcentrado hacia el matador de su hija, al que confunde con injuriosas frases y lenguaje soez. Niega que ella supiera que Valdecantos amaba a su hija con otro carácter que el sacerdotal, y cuando se apercibió de los lúbricos deseos del cura le cerró su casa prohibiendo a Cayetana todo trato con él. Desde entonces la irritación de don Victoriano subió al mayor grado, profiriendo amenazas de muerte.

Niega que aconsejara a Valdecantos a despachar a su madre y hermana de casa, así como de haber recibido regalos del cura, que no necesitaba ni él podía hacerlos por no ser rico y vivir de un tan modesto curato. Que dado el irascible carácter de don Victoriano, llegó a temer por la vida de su hija, a la que presagiaba funesto desenlace. Declaró después Jenara Malo Sanz, agraciada y simpática joven de 24 años, natural de Yanguas, huérfana de padre y madre y sirvienta en distintas casas y pueblos desde la edad de nueve años, y que era el ama del cura Valdecantos cuando ocurrió la muerte de Cayetana. Siente verdadero afecto por el procesado, de quien habla muy bien y por cuya suerte se interesa.

Cuando ocurrió el crimen fue detenida por el Juzgado de Torrecilla, estando presa treinta y tantos días. Echaba la culpa de lo ocurrido a la madre de Cayetana, Juliana Martínez, que trataba de engañar al amo para sacarle dinero y regalos.

Se celebra un careo entre Juliana y Jenara, dirigiendo la madre de la víctima fuertes improperios a Jenara, a los que puso fin la presidencia.

La declaración de la madre del cura, Rosalía Ruiz Zorrilla, es la que expresa el inagotable amor maternal, que ve en funesto trance al hijo de sus entrañas. Olvida las calaveradas de éste, al que defiende con verdadero ardor. Su presencia produce lástima y consideración. Tiene 71 años, viste de luto y se expresa con corrección, aunque con desconfianza, creyendo ver en todas partes enemigos de su hijo.

«Somos una familia perseguida por la fatalidad, mi marido murió loco, mi hija Carmen se ahorcó porque su hermano le había pegado una vez y diciendo: ‘A mí se me pega una vez, pero no dos’». Dice que su hijo es muy bueno, pero de carácter violento y si ha llegado al crimen es debido a Juliana Martínez, que abandonó a las caricias del cura a su hija Cayetana, a quien ella negó pisar la casa parroquial cuando se apercibió que había amores imposibles.

Sentencia en el Juicio por el crimen de Torre «Fallamos, que debemos condenar y condenamos a don Victoriano Valdecantos Ruiz Zorrilla, natural de Yanguas (Soria) y vecino de Torre en Cameros, a la pena de muerte en garrote que se ejecutará sobre un tablado, de día, en uno que no sea fiesta religiosa ni nacional y en sitio adecuado de la prisión donde se hallare el reo, a las 18 horas de notificarle a éste la señalada para la ejecución».

- Si fuese indultado, inhabilitación absoluta y perpetua, pago de costas, etc. Esta sentencia fue leída por el señor Herrero con voz clara y escuchada en silencio por numeroso público que llenaba la sala, hasta que se pronunció la palabra «muerte», en cuyo momento parte de los concurrentes abandonaron el local.

En cambio, el reo oyó la lectura de la sentencia en actitud provocativa y hasta insolente, no inmutándose ni aun al final, cosa que extrañó no sólo al público sino, según hemos oído, a los magistrados, que no recordaban cinismo semejante en ningún reo. Cuando le presentaron a don Victoriano la sentencia para que la firmase, como ordena la Ley, negóse a ello en malas formas y pronunciando algunas blasfemias, poco en armonía con el sagrado ministerio que ha desempeñado.

El cura libró el cuello del garrote

Tras el juicio y sentencia a la pena capital, Victoriano Valdecantos fue agraciado con un indulto del Rey Alfonso XIII, dado en la Semana Santa de 1903. Al exclérigo no tuvieron que estrangularle el cuello y he oído que don Victoriano marchó de España, a borrar su pasado y hacer las Américas, y que viajó en un vapor de la riojana naviera Pinillos.

La lujuria y la ira son pecados capitales feísimos que los presbíteros denostaban en el púlpito. Hoy, el hombre incontinente fornica en cualquier lugar y ocasión y, si es famoso, de premio sale en la tele como un héroe. A Valdecantos le perdió la pasión y una cólera asesina, con un oficio tan aburrido como el de cura en las soledades del Camero Viejo.

Ilustración

MANUEL ROMERO

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